El instinto maternal no conoce obstáculos. Aunque todo parecía ir en su contra, la perra del cuento pensaba en el bien de sus cachorros . Ansiosa, se dedicó a ellos en cuerpo y alma, con la esperanza de que alguien los sacara del apuro. Sí, ¿pero cuándo? Porque cuanto más pasaba el tiempo, más complicada parecía la situación. Gracias a la providencial intervención de los buenos samaritanos, la historia tiene un final feliz.

Cuando los rescatistas la encontraron, allí estaba, inmóvil , protegiendo a sus cachorros con su cuerpo. Con la mirada alerta, los músculos tensos, lista para hacer lo que fuera por mantenerlos a salvo. Pero el mundo exterior es implacable, y ella lo sabía. Los había defendido con todas sus fuerzas, pero estaba cansada, agotada, al borde del abismo .
El primer intento de acercarse fue delicado. Sin gestos repentinos, solo voces tranquilas y manos abiertas. La madre gruñó suavemente, no por agresión, sino por miedo. Quería confiar, pero ¿podría permitírselo? Luego, un momento de vacilación. Una caricia en el hocico. Un parpadeo. Su corazón se desplomó ante sus patas y se dejó llevar.

Entonces comenzó la verdadera operación de rescate . Uno a uno, los cachorros fueron recogidos y envueltos en mantas cálidas. Eran siete, pero uno no sobrevivió. La madre lo sabía. Bajó la mirada, como para despedirse por última vez , antes de seguir a los hombres que la llevaban a un lugar mejor.
El viaje a la clínica fue una odisea de miradas, suspiros y esperanzas. Al llegar a nuestro destino, un alivio: los cachorros estaban a salvo, y la perra también. Por primera vez en mucho tiempo, pudo relajarse. La emergencia había terminado, y de ahora en adelante todo irá viento en popa.
Ahora todos están cuidados, alimentados y protegidos . ¿El futuro? Un hogar, una familia, una nueva vida . Porque la valentía de una madre