Jon fue al refugio ese día con una sola misión: adoptar un pitbull llamado Smokey. Pero al pasar junto a las perreras, su mirada se fijó en otro perro: Wiley. Wiley ya llevaba más de 105 días en el refugio, y su quietud impresionó a Jon. No saltó ni ladró. Simplemente se quedó allí sentado en silencio, observando.

Jon terminó criando a Wiley durante ocho meses, el período más largo que jamás había criado a un perro. En el camino, aprendió que la vida de cada perro es diferente. Wiley le enseñó que no todas las adopciones son fáciles ni rápidas, pero siempre valen la pena.
Finalmente, una familia en Modesto, California, vio la historia de Wiley y supo al instante que era el indicado. La mañana en que Jon llevó a Wiley a su hogar definitivo estuvo llena de emociones encontradas. Wiley se acurrucó a su lado una última vez, lamiéndole la cara mientras Smokey observaba, un poco celoso, pero comprensivo.

Jon le quitó a Wiley el pañuelo de “Adóptame” y lo acompañó hasta la puerta, donde su nueva familia lo esperaba con los brazos abiertos. Se arrodilló junto a Wiley, le dio un largo abrazo y le susurró promesas de visitarlo.
No fue fácil decir adiós, pero el recuerdo de Wiley mirando a través de la puerta del refugio fue reemplazado por algo mucho mejor: Wiley corriendo libre en un patio que ahora siempre sería suyo.

Para Jon, fue más que una simple acogida. Fue ser el puente entre la desesperación y el amor eterno. Y todo empezó con un perro en el que no podía dejar de pensar.