Cuando se conocieron, cada paso le dolía y sus ojos parpadeaban.

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Hannah jamás imaginó encontrarse con un perro en tan terrible estado. Ozzy, el demacrado beagle, necesitaba ayuda urgentemente. Con todos los huesos del cuerpo visibles y sin pelaje, su piel infectada, enrojecida y con picazón hacía que cada paso pareciera insoportablemente doloroso. Parecía como si hubiera estado atado y abandonado durante muchos años.

Cuando Hannah trajo a Ozzy a casa, parecía casi sin vida, sin energía y con un miedo palpable. Solo quería dormir. Hannah no estaba segura de si lograría salir adelante. Sus paseos eran breves, de apenas uno o dos minutos, ya que Ozzy no tenía fuerzas para estar de pie mucho tiempo. Para que disfrutara del aire libre, Hannah encontró una solución: un cochecito para perros, que a Ozzy le encantaba.

Al tercer día, Hannah notó un cambio significativo en los ojos de Ozzy: parecían más brillantes y llenos de esperanza. Por aquel entonces, Ozzy también empezó a mostrar interés por los juguetes y a mover la cola por primera vez. Al cumplirse una semana, Hannah notó una notable mejora en su nivel de energía. Aunque Ozzy era un perro mayor, volvió a su comportamiento de cachorro una vez que recuperó la fuerza.

Anhelando atención sin parar, el lugar favorito de Ozzy era acurrucarse entre Hannah y el respaldo del sofá. Para Ozzy, el contacto humano era inagotable. Necesitaba la seguridad constante de estar en un entorno seguro y cariñoso. Ser testigo del impacto que ella tuvo en Ozzy también le cambió la vida a Hannah.