Al parecer, no había nada más que hacer. Una perra exhausta yacía en el asfalto, inmóvil como una marioneta sin hilos, con los ojos cerrados y la respiración imperceptible. Cuando un grupo de voluntarios la vio, creyeron que ya estaba muerta, confundiendo ese silencio con un triste epílogo. Sin embargo, un momento antes de cubrirla con una sábana, uno de ellos notó un leve movimiento en sus costillas. ¿Quizás fue solo un reflejo involuntario?

En la incertidumbre, intentaron levantarla con suma delicadeza. Su cuerpo estaba frío, casi rígido por la falta de fuerza. Solo al llegar en coche, los voluntarios notaron un detalle que lo cambió todo: su vientre ligeramente hinchado , señal de un embarazo en curso. En ese momento, comenzó la carrera contrarreloj: la llevaron de urgencia a una clínica veterinaria, rezando para que no fuera demasiado tarde para ella ni para los cachorros.

Al llegar, los médicos comenzaron de inmediato a administrarle sueros y realizarle controles . La perra estaba agotada y sus signos vitales inestables. Sin embargo, una pequeña llama de esperanza ardía en su interior. Con dosis calibradas de líquidos y nutrientes, en pocas horas abrió los ojos, aunque aún parecía confundida. Cuando el veterinario confirmó que los cachorros estaban vivos, una fuerte emoción se extendió por la perra, tanto que los voluntarios presentes sintieron un nudo en la garganta.
En los días siguientes, la perra empezó a comer poco a poco : primero con caldo, luego con bocados más sustanciosos. Le costaba mantenerse en pie , pero respondía a las caricias con un ligero movimiento de cola. El momento más conmovedor llegó cuando, tras un seguimiento constante, dio a luz a sus cachorros. Uno, dos, luego tres… la clínica se transformó en un oasis de esperanza.